de Jorge Búsico

Categoría: ME GUSTA

Atravesar la tempestad

Este bellísimo texto de la escritora brasileña Clarice Lispector (1920-1977) me pareció ideal para cerrar este año (¡lo mejor para ustedes en 2021). Fue escrito en 1971.

La tempestad del 28 de marzo, domingo

No sé si ustedes se acuerdan de un domingo, 28 de marzo, partido de fútbol entre Botafogo y Vasco. El día había sido insoportablemente caliente, la playa era un infierno. La tarde fue todavía peor. Recé por una gran lluvia.  Pero después no entendí el porqué de aquella «furia de los elementos de la naturaleza». Una amiga y yo habíamos programado una visita al Embalse de la Soledad, para compararlo con mi cuadro de Franceschi. De repente, acosada por el calor y previendo que algo malo iba a ocurrir, dije: No quiero ir a la Floresta de Tijuca. Ella estuvo de acuerdo. Y salimos a dar una vuelta en auto. Fuimos a Leblon, visitamos la iglesia de la Laguna, que es muy bonita, la iglesia, quiero decir. Y el tiempo comenzó a oscurecerse. El cielo se puso negro. Dije: Vamos a comprar unos sándwiches en Rick y los llevamos a casa porque va a caer una gran tempestad.

Estábamos en el auto cuando estalló. Nunca había visto cosa igual. En breve las ruedas estaban metidas hasta la mitad en el agua y el barro. Nada veíamos adelante. Mi amiga quiso desistir . Yo dije: Ve yendo por el medio de la calle, y así no hay peligro de subirnos a una vereda y, como tú dices, entrar de repente en un edificio adentro. Pero no se distinguía nada. Sólo los rayos azules, y después se oían los truenos. Eso no es deber de escuela primaria: «Describan una tempestad». A esa la viví de verdad, con riesgo de vida. Y sabiendo que uno de mis hijos estaba en el partido, en el Maracaná. Quería que todos los míos, familia y amigos, estuvieran en casa. Porque finalmente llegamos. Sólo después vino la reacción al miedo que había tenido y contenido: tuve una serie de escalofríos. Mi amiga, que estaba toda mojada, tomó un trago de whisky. Mi teléfono, como siempre, no daba línea (por favor, Compañía Telefónica, vea si mejora el mío, porque el teléfono se convirtió en un instrumento infernal para mí).

Pero una de las personas de mi familia telefoneó y supe que todos estaban en casa. Mi deseo era telefonear a los amigos y saber si estaban protegidos. Recé por mi hijo que ya no sabía cómo iba a volver. Pero de repente me dio una gran calma. Le dije a mi amiga: puedes ir a tu casa y yo a dormir, que me estoy cayendo de sueño. Ella se fue, demoró una hora en atravesar Botafogo. Dejé una nota a mi hijo. Y me fui a dormir. Había confiado en Dios

 

Coñac

Los periodistas que viajarán al Mundial de fútbol de Rusia deberían leer antes El Imperio, de Ryszard Kapuscinski. Todo periodista debe leer a Kapuscinski. Todos, en realidad, deberíamos leer a Kapuscinski. Un párrafo de cualquiera de sus libros, de sus notas periodísticas o de sus ensayos, son más saludables que cualquier noticiero o programa de televisión. Kapuscinski, polaco de nacimiento, maestro de la observación y de la escritura, maestro de generaciones enteras de periodistas, escribió en El Imperio, en el capítulo en el que relata sus viajes por los países que emergieron de la ex Unión Soviética, en este caso por Georgia, unas líneas maravillosas sobre el coñac. Las comparto.

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«Vajtang Inashvili me enseña su lugar de trabajo: una gran nave repleta de barriles hasta el techo. Enormes, pesados, dormidos, descansan sobre unos soportes.

En los barriles madura el coñac.

No todo el mundo sabe cómo se hace el coñac. Para conseguirlo, hacen falta cuatro cosas: vino, sol, madera de roble y tiempo. Además, como en todo arte, hace falta gusto. El resto se presenta de la siguiente manera:

En otoño, después de la vendimia, se fermenta la uva. El alcohol obtenido se vierte en barriles. Los barriles tienen que ser de roble. El secreto del coñac se esconde en los nudos de la madera. Mientras crece, el roble acumula sol. El sol penetra y se posa en los nudos, como el ámbar se posa en el fondo del mar. Es un proceso que dura decenas de años. Un árbol joven no daría buen coñac. El roble crece; su tronco empieza a platear. El roble se robustece; su madera cobra fuerza, color y olor. No todo roble dará buen coñac. El mejor lo dan los árboles solitarios que crecen en lugares apartados y en suelo seco. Son los que han acumulado mucho sol. En un roble de estas características hay tanto sol cuanta mil hay en un panal. Los suelos húmedos son ácidos, por lo que el doble contiene demasiado amargor. Lo detectaremos al tomar el primer trago de coñac. El roble que en su juventud haya sido herido por la metralla tampoco dará buen coñac. En el tronco herido los jugos circulan con dificultad, y la madera ya no tiene el mismo sabor.

Después los cuberos hacen los barriles. El cubero tiene que saber su oficio. Si falla el corte, la madera no dará el aroma deseado. Sí dará color, pero no soltará ni pizca de aroma. El roble es un árbol perezoso, y, sin embargo, haciendo coñac, tiene que trabajar. El cubero debe tener el pulso de un constructor de elementos de cuerda. Un buen barril puede durar cien años. Incluso hay que tienen doscientos y más. No todos saldrán bien. Hay barriles sin sabor, y otros que dan un coñac que es oro puro. Sólo pasados unos cuantos años se sabe cómo ha salido el barril.

En estos barriles se vierte el alcohol obtenido de la uva. Quinientos, mil litros, depende. Se colocan en los sportes y allí se dejan. No hay que hacer nada más; sólo esperar. A todo le llegará su tiempo. El alcohol penetra en la madera, y entonces el doble devuelve todo lo que ha acumulado: el sol, el olor y el calor. El árbol exprime sus jugos: trabaja.

Por eso tiene que tener paz.

Como respira, necesita de suaves corrientes de aire. Le gusta el ambiente seco. La humedad estropearía el color: daría un color pesado, sin luz. El vino gusta de la humedad; el coñac, no la soporta. Es mucho más caprichoso. El primer coñac con estrellas son los más jóvenes, de baja calidad. Los mejores son los de marca, sin estrellas. Éstos han madurado durante diez, veinte, hasta cien años. Aunque, a dacir verdad, la edad del coñac es aún mayor. Hay que añadirle la del roble del barril. En la actualidad se trabaja con robles que despuntaron en los tiempos de la Revolución Francesa.

La edad del coñac se reconoce por el sabor. El joven es duro, rápido, como impulsivo. Tiene un sabor áspero, rasposo. En cambio, el viejo entra terso, suave. Sólo más tarde empieza a irradiar. El coñac viejo alberga mucho calor, mucho sol. Sube a la cabeza con lisura, suavemente, sin prisas.

De todos modos hará su trabajo»

Ver, leer

Algunas sugerencias por si andan con tiempo. En realidad, la sugerencia es que nos hagamos todos un tiempo para relajar y gozar, especialmente en este momento en el cual el mundo es un bombardeo de balas, palazos, medios y políticas. Anoche me junté a cenar con mis amigos de la vida en nuestro club (el CUBA) y al subir la foto a las redes la titulé «Refugio anti bombas». Y lo creo así. Son esos instantes que no se cambian por nada, como sentarse a leer un buen libro o un texto, a ver una buena película, a escuchar un buen disco, a salir a pasear, a correr, a jugar, a hacer el amor. Eso nos protegió siempre, pero hoy más. Bien, luego de esta perorata, voy a lo del comienzo. Tres tips.

1. El documental Living in the Material World, sobre la vida de George Harrison. Es maravilloso. Está en Netflix, dura 3 horas y 28 minutos y lo dirigió Martin Scorsese. Tiene varios detalles que al menos yo desconocía (la otra vez escribía de Jackie Stewart; no sabía que eran grandes amigos con Harrison), testimonios extraordinarios y un hilo conductor que lleva varias veces a la emoción hasta las lágrimas. Por esas cosas de chicos y por tener el mismo nombre, yo siempre quise más a Harrison que al resto de los Beatles. Agradezco haber podido ser contemporáneo de ellos. Tengo grabada en la mente sus discos en las estanterías de mi casa cuando era muy pequeño. Dejo aquí también, una joya del festival que se realizó al cumplirse un año de su muerte. My Sweet Lord, cantada por Billy Preston junto a un dream team.

2. Maruja Torres es una maravillosa periodista española que durante años vistió las contratapas de aquel diario ejemplo que supo ser El País de España. Ya retirada de este oficio sigue siendo, afortunadamente, una lengua bífida, como ella misma se define. Su mirada del mundo merece ser leída. Aquí, un muy buen reportaje a ella.

3. Una nueva edición del Media Party sirvió conocer para dónde van las nuevas tendencias de la comunicación. Sus organizadores, Hacks Hackers, subieron las principales charlas a YouTube

Las cosas que pasan

Terminé de leer la última novela de la argentina Inés Garland: Una vida más verdadera. Es ágil, amena, intensa, maravillosamente escrita y con un amor/obesión con P. que va transcurriendo, entre alegre y angustiosa, en sus 111 páginas. Rescato este párrafo:

«Los dos cambiamos en estos cuarenta años. Pasaron muchas cosas. Hubo despedidas y bienvenidas, los chicos que nacieron son grandes y los árboles están altos, hubo gobiernos, historia, muertos, encuentros, desencuentros. Pero me despierto a la mañana y, por ejemplo, me siento en la cama y recojo las piernas y aunque vea que ahora tienen pecas que no tenían y que tengo treinta años más que esa tarde en el campo, frente a la chimenea, cuando él apoyó la cabeza sobre mis piernas, hay algo que no cambia, como si el movimiento de recoger las piernas o el de estirar el brazo para encender la luz, ese primer momento de materialidad al salir del sueño, fuera exactamente igual a lo largo de los años, y fueran la conciencia o la memoria las que me dijeran que pasó el tiempo. Como si hubiera algo inmutable en la profundidad del sueño que tiene que ajustarse en la vigilia a las ideas del paso del tiempo y de cambio que propone la conciencia. P. es como el sueño»

Volando por París

Claude Lelouch, el afamado director de cine francés, filmó este short film por el después, al ser difundido, fue preso. Es de 1976, y muestra cómo una Ferrari 275 GTB, de Fórmula 1, corre por las calles de París desde Port Dauphine hasta la basílica de Sacre Coeur. Son 8 minutos y 35 segundos alucinantes, a las 5.30 de un domingo de agostoen las primeras horas del día, claro, pero con tráfico y personas.

Lelouch nunca dio a conocer quien iba a bordo de la Ferrari, pero se supone que la cuestión no salía de dos franceses: Rene Arnoux (en ese momento campeón de la F2) o Jean Pierre Jarier, quien más tarde participó en la película Ronin, con Robert De Niro y Jean Reno, como piloto de las persecuciones que allí ocurren. Siéntese a ver París y sus lugares más emblemáticos cargados de adrenalina

La bola en el estómago

«Begoña casi nunca ha sido feliz.

De niña quizás, porque no recuerda esta presión, la bola en el estómago que la acompaña a todas partes desde hace décadas, un huésped indeseable, tan incrustado en su cuerpo que ya no lo distingue de sus propias vísceras.

Begoña no es feliz y no sabe exactamente por qué. Sabe que siempre le ha faltado algo, que la suerte, tan dadivosa, hasta derrochadora con quienes le rodean, se ha empeñado en ser muy rácana con ella. Esa sensación la acompaña a todas partes, coloca ante sus ojos un filtro apagado, grisáceo, que afea todo lo que tiene cerca, una casa que nunca le ha gustado, unos muebles que no son tan bonitos como los que ve en las casas a las que la invitan, un coche que siempre está sucio por fuera y perpetuamente salpicado por dentro de las bolsas vacías de patatas que comen sus hijos en el asiento de atrás, y su propia imagen en el espejo.

Begoña no es una belleza pero nadie, excepto ella, la definiría como una mujer fea. Es mona de cara, usa una talla cuarenta, mide ciento sesenta y seis centímetros, tiene las piernas bonitas, los pechos en su sitio, una voz preciosa y las arrugas justas, saludable para su edad. Pero cuando se mira al espejo sólo ve a una mujer vulgar, anodina, poco elegante y sin una pizca de clase. Como su casa, como su marido, como su familia, como su vida. Y cada vez que llega a esa conclusión, la bola del estómago engorda, se vuelve un poco más dura, más pesada, tan absorbente que le quita el aire que necesita para respirar y hasta las ganas de vivir.

¿Por qué yo?, se pregunta, ¿y por qué no yo? Entonces intenta arreglarlo. Se tira a la calle como si estuviera poseída por un demonio después de una noche sin dormir, horas y horas navegando por Internet a la busca de ofertas en tiendas verdaderamente exclusivas donde comprar telas, piezas, detalles capaces de iluminar la asfixiante grisura de su mundo. Al encontrar lo que busca, la presión se relaja y una sonrisa de aparente satisfacción aflora en sus labios, pero la calma dura muy poco, apenas unas horas, las que tarda en posar los ojos sobre una tapicería deslucida, una mesa pasada de moda, una nevera alemana, buenísima y relativamente nueva, pero con el congelador debajo del frogorífico y no en un cuerpo paralelo, como las que se llevan ahora. En ese instante, la angustia grita, la reclama, le pregunta si de verdad creía que iba a librarse de ella tan fácilmente. Y todo vuelve a empezar».

Extracto del libro Los besos en el pan, de la española Almudena Grandes

Jeanne

Se fue de gira Jeanne Moreau, ícono del cine francés. Una mujer entera por donde se la mirase. Marchó el mismo día que lo hizo Sam Sheppard, brillante actor y dramaturgo norteamericano, ganador del Premio Pullitzer. Pero hoy nos quedamos con Jeanne. Con estas escenas de la película Ascensor para el Cadalso (de Louis Malle), con la música de Miles Davis. Joyita.

Y también nos ponemos este preciso texto de Juan Pablo Csipka, en otro muy buen medio independiente: Socompa

Forn

Hay personas que da placer leerlas. Juan Forn (Buenos Aires, 5 de noviembre de 1959) es una de ellas. Su proceso de reinvención también es admirable. Quizá uno de los puntos más altos de sus distintos recorridos hayan sido sus columnas de los viernes en Página 12, que dejaron de salir a comienzos de año, cuando Forn se dispuso a buscar otras experiencias. Hoy vamos a salir con él. Primero, con esta reciente y muy buena entrevista (a propósito, ¿quién dijo que no se puede escribir largo y bien en Internet?) que le hizo Hinde Pomeraniec en Infobae. Pero también vamos a agregar un reportaje que le realizó el excelente medio Anfibia.

Para que disfruten y tengan para varios días de lectura, las columnas de los viernes de Forn en Página 12

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