Hoy murió, a los 91 años, Hugh Hefner, el creador del imperio Playboy y, seguramente, el hombre ideal en la fantasía de millones de hombres. El periodista y escritor estadounidense Gay Talese lo retrató maravillosamente en su obra maestra La mujer de tu prójimo, una enciclopedia de 525 páginas sobre la revolución sexual en los Estados Unidos. Aquí, un extracto de ese libro, en el cual Talese habla de HH.
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Hefner tenía ventiocoho años cuando vio por primera vez las fotos de Dianne Webber, y hacía dos años que su revista estaba en circulación. En 1953 él mismo había compaginado el primer número de Playboy sobre la mesa de la cocina del piso que compartía con su mujer y su hijita, y ahora tenía treinta empleados que ocupaban un edificio de cuatro plantas cerca del centro de Chicago. Él estaba sentado detrás de un moderno escritorio blanco en forma de ele en su amplio despacho de la última planta con las fotos de Dianne Webber delante.
Mientras examinaba con toda naturalidad cada foto, nada en él indicaba lo tímido que se había mostrado ante cualquier inidicio de desnudo, o lo avergonzado que se había sentido de adolescente debido a los sueños eróticos que había tenido en el dormitorio infantil de su puritano hogar. Ahora, un próspero director de una revista orientada al sexo, separado de su mujer, y durmiendo con dos de sus jóvenes empleadas, el erotismo fantasioso de Hugh Hefner se había hecho realidad. La revista que él creara le había vuelto a crear a él mismo.
Prácticamente vivía entre las páginas satinadas; dormía en un pequeño dormitorio detrás de su despacho, y trabajaba día y noche en el diseño y el color, las ilustraciones y los pies de foto, la realidad y la ficción, leyendo con sumo cuidado cada línea, del mismo modo que ahora examinaba meticulosamente y con una lente de aumento las fotografías de Dianne Webber.
En la primera foto, ella bailaba con los pechos al descubierto en un estudio de ballet, vestida con mallas negras que revelaban la fuerza y la gracia de sus muslos, los tobillos, las nalgas redondas. Tenía el vientre plano; la espalda, suave y fuerte, no estaba marcada por los músculos que a menudo tienen las bailarinas; y, aunque estaba en movimiento, no le brillaba la piel por el sudor. Esto impresionó a Hefner, que en su juventud sudaba profusamente, es especial cuando tocaba con las manos la cintura de una chica en los bailes de la escuela, o cuando le pasaba el brazo por encima del hombro en las salas de cine.
Lentamente, siguió el contorno de los pechos de Diane Webber, que eran grandes y firmes, y de los pezones, rojos y erectos. Le maravilló su tamaño perfecto y se imaginó la sensación que le producirían en sus manos, un pensamiento que él sabía que se les ocurriría a miles de hombres en cuanto esas fotos se publicaran en su revista.
Hefner se identificaba mucho con los hombres que le compraban la revista. Por las cartas que recibía y por la impresionantes cifras de venta de Playboy, sabía que lo que le atraía a él, atraía a los demás; a veces se imaginaba como proveedor de fantasías, una celestina mental entre sus lectores y las mujeres que adornaban sus páginas. Cada mes, después de completar un nuevo número bajo su dirección personal, podía contemplar de forma predecible los momentos sexuales álgidos de los hombres solitarios de todo Estados Unidos que se excitaban por su selección. Se trataba de viajantes de comercio en habitaciones de moteles, soladados en maniobras, universitarios en dormitorios estudiantiles, ejecutivos en avión en cuyas carteras viajaba una revista con una acompañante secreta. Se trataba de hombres casados e insatisfechos, personas con aspiraciones y medios moderados, aburridos de sus vidas, sin inspiración en sus trabajos, que buscaban un escape temporal mediante aventuras sexuales con más mujeres de las que tenían la habilidad de conseguir, o el dinero, el poder o el genuino placer de conseguir.
Hefner comprendía esa situación; la había experimentado en sus primeros años de matrimonio cuando se escapaba del lado de la mujer con quien dormía para hacer largas caminatas nocturnas por la ciudad. A orillas del lago, levantaba la mirada hacia los lujosos edificios de apartamentos y veía mujeres en las ventanas, imaginándose que eran tan poco felices como él; quería conocerlas a todas en la intimidad. Durante el día, desnudaba mentalmente a algunas mujeres que veía por la calle o en parques o entrando en un coche, y aunque no decía ni hacía nada, ni intercambiaba una mirada con ellas, sentía una tranquila excitación, y podía recrear la imagen de esas mujeres semanas después en su mente cinematográfica, podía verlas con tanta claridad como ahora contemplaba las fotos de la bailarina desnuda en su escritorio
HH fue un paladín de las libertades, de prensa y sexual. Y verdadero creador de una de las más grandes revistas que haya dado el periodismo.