Mi padre hubiese cumplido hoy, 13 de septiembre, 87 años. Murió cuando le faltaban 3 meses y 11 días para cumplir 68 años, hace ya un poco más de 19 años. Pienso que se murió antes de la cuenta. La mayoría de la gente hoy traspasa esa edad. O al menos eso es lo que creo. Desde aquel día y no sé porqué, quizá porque siempre atoseré un sino fatalista que heredé de mi madre, creí que al menos yo iba a llegar a los 68 años. Dentro de un mes y días me faltarán 9 años para aterrizar en esa edad. Pero el sino fatalista ya lo he ido alejando, así que, hoy por hoy, eso no me preocupa.
La muerte de mi padre ocurrió cuando yo estaba en la ciudad de Saint-Étienne, Francia, cubriendo para Clarín el Mundial de fútbol de 1998. Como comprenderán, significó un episodio por demás shockeante para mí. Me enteré en la madrugada, mientras dormía, después de una cena con amigos periodistas en uno de los tantos restaurantes de buen comer que pueblan Lyon, la cuna de la nouvelle cuisine. Chicho Chieslanchi me había llevado en su auto hasta el hotel y llevaba un par de horas durmiendo cuando escuché el sonido del teléfono. Atendió Miguel Angel Bertolotto, mi compañero de habitación y con quien estábamos al frente de la cobertura. Cuando me dijo que me llamaban desde Buenos Aires, lo primero que pensé fue en mi hijo, que por ese entonces tenía apenas 4 años. Del otro lado de la línea me hablaba un primo y atrás se la escuchaba llorando a mi madre. «Murió el tío», me dijo. No supe qué hacer. Miguel trató de consolarme y despertó al resto de los enviados de Clarín, que eran más de una docena. Con la conserje traté de reservar un vuelo para el otro día, pero después de varios intentos frustrados, intenté dormir un poco. A la mañana temprano, Miguel me acompañó al centro a la oficina de Air France. Conseguí un pasaje para esa noche, pero como el avión de Lyon a París se demoró, perdí el vuelo. Una empleada latinoamericana movió literal y paradójicamente cielo y tierra para meterme sobre el cierre en uno que iba a Buenos Aires vía San Pablo. Llegué un par de horas antes de que enterraran a mi padre.
Aquejado por unas deudas que no lo dejaban dormir y por una merma en el trabajo producto de la llegada de la computadora, mi padre, que era un eximio dibujante de planos y durante años profesor de dibujo técnico a cargo de la cátedra en Ingeniería de la UBA junto a Carlos Virasoro, estaba deprimido. Lo recuerdo callado y preocupado la última vez que lo vi, la noche anterior a viajar a París, cuando fui a cenar a lo de mis padres en el departamento de Juncal. También estaba preocupado por mí. Yo me había separado hace unos meses y mi vida era una pendiente cada vez más hacia abajo. Aquel viaje al Mundial fue una especie de fuga geográfica: yo no cubría fútbol en el diario. No sé si debió al tremendismo de mi madre, pero ella me dijo más tarde que a la noche, antes de acostarse, le dijo que había sido la última vez que me veía. Todavía siento en mi cuerpo el abrazo que nos dimos. El último de todos.
No hice en ese momento el duelo por la muerte de mi padre. La noche posterior al entierro no elegí quedarme a descansar y a sentir la pérdida más importante hasta allí en mi vida. Me fui a destruir durante varios días. Estaba separado, viviendo en medio del caos, alejado de mi hijo y, de repente y por ser hijo único, a cargo de mi madre.
Este recuerdo de mi padre no vino sólo porque hoy hubiese sido su cumpleaños. Llegué hasta este texto por esos vericuetos que tiene nuestro cerebro, al que solemos llamar «la cabeza». Hace unos días, mientras miraba algún que otro partido por la televisión (mi padre amaba la TV; yo paso días sin prenderla) vi un aviso en el que aparecía Jackie Stewart, el corredor británico que ganó tres campeonatos mundiales de Fórmula 1. Stewart, siempre con su gorra a cuadros, fue uno de mis ídolos de la infancia. Yo no me perdía ninguna carrera de F1 y terminé de amarlo el día que en el autódromo de Buenos Aires, con un neumático bajo, lo tapó durante varias vueltas a Emerson Fittipaldi. Por eso mi primer perro, un boxer mitad marrón y mitad blanco, se llamó Jackie.
Nunca olvidaré una tarde que llegué del colegio al otro departamento de Juncal, donde mi padre me esperaba para llevarme a dar una vuelta en auto. La sorpresa que me tenía preparada era que íbamos a buscar un perro. Jackie nos estaba esperando con la mirada más tierna que recuerdo. Lo llevamos sabiendo que mi madre no quería saber nada con los perros. Cuando se lo dejamos en la puerta, ella también se enamoró. Ese día pasamos a ser cuatro. Yo tendría unos 12 o 13 años.
Unos 12 o 13 años después, ya en el otro Juncal, una noche mi padre entró llorando diciéndonos a mi madre y a mí que había que sacrificar a Jackie porque tenía un tumor. Lloré mucho y durantes varios días. Fue el primer vacío en nuestra casa. Jackie dormía conmigo.
Hace un par de noches se me vino a la cabeza Jackie Stewart y, por ende, mi perro Jackie. Y se me aparecieron mis padres. Mi madre murió en enero de 2013 en situaciones similares a las de mi padre: no me pude despedir. La encontré con un ACV en su departamento la noche previa a la nochebuena y nunca más despertó. Me fui unos días a Uruguay y volví el domingo a la madrugaba. Cuando la fui a ver al Hospital Aleman -el mismo donde murió mi padre, también de un ACV que lo fulminó en horas- había muerto hacía un par de horas. Todo eso se me apareció cuando me estaba por dormir. Y lloré y lloré. Lloré porque ya no estaban más, porque quería abrazarlos a los dos. Y a Jackie. Sentí que estaba, ahora sí, en la parte final del duelo.
Debe haber sido lo de Stewart, seguramente, pero también yo venía movilizado por un retiro espiritual que hice hace un par de semanas, en el cual mis padres estuvieron presentes; por unos grupos que me tocaron en lo más íntimo y, también, porque mis últimos libros trataron de una madre (También esto pasará, de Milena Busquets), de un padre y un hijo (Los cansados, de Michele Serra), de un padre (El salto, de Martín Sivak) y de padres e hijos (Los hijos, de Gay Talese). Y, sobre todo, porque estoy bien.
Me hubiese gustado que mi padre me haya visto cómo estoy hoy, reconstruido de aquellos años que le despertaron una lógica preocupación. Todavía por momentos me atrapa la culpa y la pena. También mi madre, aunque ella pudo ver el comienzo de mi mejor versión adulta. Y me gustaría tener un perro, pero vivo solo en un pequeño departamento. Tuve perros, más de uno, hasta que me separé.
Este 13 de septiembre se va extinguiendo. Fue un día de diversos sentimientos. Como otra señal, empezó con Facebook recordándome una foto de mi padre con Jackie, la misma que ilustra esta nota. Frente a mi cama tengo una foto de mi madre con Jackie. Fuimos los cuatro muy felices. Eso es lo que me viene apareciendo desde hace un tiempo. Las fotos que reaparecieron tras la mudanza me han mostrado de a decenas imágenes de felicidad. Y puedo ver, y eso es lo que me llena de agradecimiento, que todo lo bueno que tengo, mucho o poco, se lo debo a mis padres. Jackie me los trajo de vuelta
Bello texto que convoca sentimientos bellos. Los ya huérfanos sabemos de qué se trata.
Un abrazo, Jorge querido.
Mil gracias, Caro querida.
Me sentí tan cerca… Gracias, Jorge. Jackie fue algo asi como mi primer perro, también. Todavia los extraño. Abrazos fuertes!
Gracias, querida Vale. Estás ahí en la foto, presente. Beso grande
Te abrazo con el alma, sentí que te acompañaba en cada palabra que relatabas.
Muchas gracias, Alicia. Abrazo
Un recuerdo precioso bellamente escrito. Qué cierto es eso de sentir que un papá se fue antes de la cuenta. Lo que nunca nos abandona es su legado y la certeza de que mucho de lo que somos es obra suya. Te mando un beso gigante
Muchas gracias, Inés querida. Beso grande
Guardá el corazón en el pecho, que de tanto tenerlo en la mano se te va a resfriar, tierno querido… Me conmovió porque viví algo similar con Daddy, mi viejo… Desde Costa Rica esa vez. Como vos, llegué al entierro.
Y yo tuve (tuvimos, con mis hermanos) una Crazy, tambien boxer…
Abrazo querido!
Abrazo grande, querido Nicolás.
Creo que de alguna manera todos nos vemos reflejados por alguna parte de tu relato…..y contado así, llega mas hondo.
Abrazo grande.
Muchas gracias, Fer. Gran abrazo
Querido Jorge, todo lo que expresás es muy emotivo. Pero me quedo con tus frases finales. Que hayas recuperado los recuerdos felices, y que sepas todo lo bueno que te dejaron como herencia, el hombre que sos hoy , es maravilloso y te debe reconfortar el alma. Un beso enorme
Gracias, Lili querida. Vos y Juli vivieron mucho de esto que conté y estuvieron a mi lado apuntalándome. Nunca lo olvidaré. Beso enorme
Hermoso y emocionante texto para recordar a tus padres. Abrazo!!!