Los dos libros que llevo leídos en lo que va del año tienen, cada uno, un hilo conductor en uno de los personajes, ambos hombres: alguien que, de pronto, deja todo y se va. Sin anunciarlo, sin pensarlo, sin planificarlo. Respondiendo a un impulso que lo saca de la rutina y lo traslada a algo desconocido. Saliéndose de él mismo. En Tren nocturno a Lisboa, de Pascal Mercier, el profesor Raimund Gregorius, abandona Berna de un día para el otro para irse tras los rastros de un libro escrito por el médico portugués Amadeu Prado, impulsado también por el encuentro con una bella portuguesa que está a punto de suicidarse –o no- desde un puente. Escribe Mercier en las primeras líneas: “El día a partir del cual ya nada sería como antes en la vida de Raimund Gregorius, comenzó como tantos otros días”.
El otro corresponde a uno de mis escritores favoritos, Paul Auster: El libro de las ilusiones. Allí, Hector Mann, un actor de películas mudas -nacido en la Argentina- sale del mundo de todos sus días de un día para otro. Escribe Auster a través del otro personaje central del libro, el escritor y, como Gregorius, profesor, David Zimmer: “Doble o nada, la última de las doce comedias breves que realizó a finales de la época muda, se estrenó el 23 de noviembre de 1928. Dos meses después, sin despedirse de amigos ni conocidos, sin dejar una nota ni informar a nadie de sus planes, (Mann) salió de la casa que tenía alquilada en North Orange Drive y no se lo volvió a ver nunca más”.
El departamento de Gregorius quedó intacto, con un disco de portugués en el platillo del tocadiscos. Mann dejó su DeSoto azul estacionado en el garaje. Si bien luego los rumbos de ambos se van bifurcando en ambos libros, hay un punto central en común: se van. Y mientras terminaba el de Mercier y empezaba el de Auster, y me sorprendía que ya en la primera página se repetía la fórmula, empecé a recordar la cantidad de veces que yo quise ser ese personaje, el de la fantasía de un día para el otro trasladarme a otra realidad, de instalarme en otro lugar y arrancar de nuevo, como si lo anterior y lo actual no existiesen.
Tiene mucho de la famosa fuga geográfica lo que todavía, aunque con menos intensidad, me atrapa en los pensamientos. Creer, fantasear, ocultar, que la solución es irse. A lo largo de mi vida me he está estado yendo. Algo de eso escribí en mi despedida del blog Periodismo Rugby, hace ya dos veranos. ¿Será el desapego de la rutina que dan las vacaciones, el contacto con el mar y la playa, la los libros, las caminatas y el desagote de los conductos que van al cerebro lo que me lleva a escribir de nuevo sobre este tema? Puede ser.
¿A alguien del auditorio no le ocurrió al menos una vez eso de pensar de salirse de la realidad y pasar a otra sin saber qué hay del otro lado? ¿A alguien alguna vez no se le dibujó el pensamiento: “largo todo y me voy en busca de otra vida”? Tomarse un avión e instalarse en cualquier lugar del mundo. O abordar un tren –mis fantasías tienen que ver con los trenes, por eso me atrapó tanto Gregorius, que se sube a un tren a lo largo de casi dos días, durmiendo en camarotes- y viajar y viajar, y bajarse en cualquier estación y quedarse ahí.
Irme es un tema que hablo a menudo con mi terapeuta. Las fantasías las traigo desde la niñez. Hijo único, muchas veces me quedaba solo y allí fantaseaba con los trenes, con irme, con estar en otro lugar, en otra realidad, cuando la mía tenía todo como para quedarse ahí. Pero pasaba. Y pasa. Aparece cuando viene un problema o una situación que no quiero afrontar. Entonces, ¡zas!, el primer pensamiento –que en mi caso es el que hay que dejar pasar- es irme. Ni sé dónde. Pero irme.
“Nuestras vida es esas fugaces formaciones de arenas movedizas que forma un golpe de viento y que el siguiente destruye. Estructuras de futilidad que son arrastradas antes de que se hayan formado como es debido», escribe Amadeu en el libro tras el cual escapa Gregorius.
“El hombre no tiene una sola y única vida, sino muchas, enlazadas unas con otras, y ésa es la causa de su desgracia”, cita Auster al escritor francés Francois-René de Chateaubriand en el prólogo de su libro.
La vida es una exploración constante. Hay que vivirla plenamente. Yéndose o quedándose. Aceptando nuestros destinos, estén donde estén o vayamos donde vayamos
Me encantó Jorge creo que muchos tenemos esa fantasía de instalarse en algún lugar diferente,en algún momento de la vida y por h o por b no lo hacemos,Pero por lo menos lo soñamos beso me gusto mucho tu escrito beso flor
Me encantó Jorge creo que muchos tenemos esa fantasía de instalarse en algún lugar diferente,en algún momento de la vida y por h o por b no lo hacemos,Pero por lo menos lo soñamos beso me gusto mucho tu escrito beso flor
Sé me vino a la memoria una frase de una amiga cuando yo me fui de Buenos Aires, vayas donde vayas seguirás con tus huecos a cuestas , no recuerdo si era así la frase , pero si sé que vaya a donde vaya uno no puede renunciar a su historia con lo bueno y lo malo que eso significa, yo si me escapé de mi día a día en Buenos Aires, pero no pude ni puedo escapar de mi historia ni de mi esencia, para bien y para mal…
Ni a irse, ni a quedarse, solo a resistir…. ( tan argentino me parece eso) cantaba Juan Carlos Baglietto en «Sentado al borde de una silla desfodada»
¡Qué bien JB! también compartimos el amor por los trenes. Un placer leerte. Abrazo. Michi Lorences