Ayer fue 10 del 10. No podía fallar el 10, entonces. Como no falla nunca, por otra parte, pero anoche fue una de sus tantas grandes noches, quizá la más emblemática con la camiseta celeste y blanca. Cuando hace unos meses saqué entradas para ver a U2 en el Único de la Plata jamás pensé que el recital iba a coincidir en día y hora con el partido que podía dejar a la Argentina dentro o fuera del Mundial de Rusia del año próximo. Tampoco lo pensé cuando un día decidí no ir -vi muchas veces a U2 y no me entusiasmaba ir un martes a la noche hasta La Plata- y puse las entradas en venta a través de Twitter. Eso fue hace como un mes. Iba renovando la oferta cada semana, hasta que el viernes la realidad me doblegó: ¿quién iba a comprar una entrada para algo que ocurría a la par del encuentro más importante del seleccionado en los últimos dos años y uno de los más recargados de la historia? Así que me dije: voy. A la mañana leí que el partido lo iban a dar en el estadio y que U2 postergaba el inicio del concierto una vez concluido los 90 minutos en Quito y la oportunidad me pareció más atractiva aún.
Fui con mi amigo Manuel y pensaba encontrarme allá -cosa que no ocurrió por la multitud de 48 mil personas- con mi amigo Tairon. Era atractiva la oferta, pero también arriesgada. Y si la Argentina quedaba afuera, ¿cómo íbamos a transitar el recital y después la larga vuelta a casa? Terminó siendo una noche gloriosa. Por Messi, especialmente, y también porque la banda irlandesa dio un sólido concierto, fiel a su historia -aunque para mi gusto lejos de la mejor versión de U2- y con ese toque alucinante que significa la imagen transportada a través de una pantalla que lo mete a uno dentro de ella.
La llegada al estadio se complicó en los últimos 5 kilómetros. Dejamos el auto en Los Tilos, que está a no más de 8 cuadras del estadio, pero la organización se ocupó de que el trayecto demandara algo así como media hora, dando una vuelta insólita. Cuando estábamos por llegar, un chico de unos 17 años gritó: «¡Gol de Ecuador!» Lo miramos entre varios con tono amenazante, como si fuese el demonio dándonos la noticia que nunca esperábamos. El chico se vio intimidado y atino a decir: «Quizá no, quizá me equivoqué». Y cuando vio que las miradas estaban más afiladas, se resignó: «Sí, gol de Ecuador». El «nos quedamos afuera» se murmuraba en cada uno de los que, ahora cabeza gacha, enfilábamos los últimos metros hacia el Único. Había semblanza de noche amarga.
Pero ya cerca, se escuchó el estruendo que venía del estadio. Gol. Se había empatado. «Grande, Messi», gritó uno. «Vamos, Messi», gritamos varios. Con Manuel apuramos el paso, ya más aliviados. Y cuando entrábamos, llegó el sablazo de zurda, precioso, letal, de Messi para estampar el 2-1. La gente se abrazaba y gritaba. El estadio tenía 5 pantallas, una de ellas gigante, que ocupaba sólo una mínima parte de la que después iba a usar U2. Cuatro estaban en lo alto, por la cual la enorme mayoría nos pasamos un rato lago de espaldas al escenario, mirando para arriba, como muestra una de las fotos Entre nervios esperamos el segundo tiempo, mirando a la multitud quieta, a la que ya se le había pasado incluso el fervor por Noel Gallagher, la mitad de Oasis, quien en este caso había adelantado su concierto para que no coincidiera con el partido.
Hasta que llegó el tercer gol de Messi. Lo gritamos y nos abrazamos. No puedo creer todavía la quietud de esa pareja que tenía a unos metros, que ni se inmutó cuando el 10 hizo el gol que significaba, ya sí, el pasaje casi asegurado a Rusia. Uno a veces no puede creer que hay personas a las que no les interesa en lo más mínimo un partido de fútbol ni un partido como éste. Muchas veces las envidio, porque a lo largo de mi vida siento que perdí años en decenas de estos partidos de mi club y de la selección; pero en otros momentos no las envidio para nada.
Concluido el partido, hubo un conato de cánticos, pero no pasó ni un minuto que las pantallas se apagaron junto con el relato de Kuffner y los comentarios de JP Varsky, y U2 entró en escena, explosivos, a un costado del escenario mayor y con Bono -era obvio- resaltando a Messi. «Thank you, Messi», dijo el cantante que mantiene su extraordinaria voz y su cada vez más política correcta. Al final, después del segundo bis, se puso la camiseta argentina y el recital terminó con una enorme bandera argentina dibujada en esa magnífica pantalla. Antes, durante algo más de una hora y media (como un partido con suplementario), hubo grandes momentos musicales. Yo me quedé con el bloque de Running To Stand Still, que de fondo, en la pantalla, contó con una orquesta, y Red Hill Mining Town.
Fue una noche única en el Único. Nunca me había tocado vivir un partido en esas circunstancias, en un estadio, esperando un recital. Sí escuché -no vi- un partido en 1975, en el Monumental, mientras River jugaba en Rosario para salir campeón del Nacional. Al final, agradecí no haber vendido la entrada. Y sonreí con fuerza pensando en el periodismo que armó una cacería en estos últimos meses. Ahora, mercenarios de la palabra, podrán viajar a Rusia, cobrar sus viáticos y emprobrecernos desde las pantallas.
La vuelta fue larga y feliz. Llegué a mi casa a las 3 y 10. Ya era 11 del 10 y el 10 que vale por 11 lo había hecho una vez más. One, como canta U2
Playlist del recital en Spotify
Fotos: Sergio Tirone
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