de Jorge Búsico

Categoría: ENSAYOS (Página 3 de 3)

El abuelo de Chacarita

Soy hincha de River. Nunca lo he ocultado y en gran parte porque nunca fui comentarista de fútbol, aunque lo cubrí durante varios de mis primeros años como periodista. Bordeo el fanatismo aún a esta altura de mi vida. Mis amigos lo saben bien: puedo llegar a convertirme en un barrabrava en un cruce de esos que se dan en charlas futboleras. Nací en 1958, así que me aguanté casi todo el colegio sin ver a River campeón. Recién pude festejar un campeonato cuando estaba en la mitad de quinto año. En ese lapso, sufrí muchos campeonatos perdidos. Pero hubo uno que no me dolió en absoluto: aquella final con Chacarita Juniors del 6 de julio de 1969, en la cual River se comió un baile inolvidable y un 4-1  lapidario. Hubo dos razones para que la tristeza no aflorara. El primero y escencial, mi abuelo Guillermo, el ser humano que más adoré (no incluyo a mi hijo, porque el amor por un hijo es incomparable a cualquier otra cosa), siempre me decía que él era hincha de Chacarita. El segundo fue que ese equipo de Chacarita, con Marcos, Puntorero, Recúpero, Bargas y Frassoldati, entre otros cracks, fue el primero que me deleitó por su fútbol.

Pero el enganche verdadero con Chacarita -el del gran equipo me parece que es una excusa- venía por el lado de mi abuelo, el padre de mi madre. No era la mía una familia futbolera. Mi padre era del palo del rugby y sólo le gustaba el Estudiantes de Zubeldia, estimo que por su espíritu de cuerpo y porque creo que es el club de fútbol más parecido a uno de rugby por su sentido de pertenencia. Mi madre decía que era de San Lorenzo, pero más adelante me reconoció que era de River por mi tío Tito, su primo, quien fue el que me llevó por primera vez a una cancha cuando tenía 7 años y el que me contagió la locura gallina.  Mi abuelo Guillermo no le daba importancia al fútbol, pero encontraba un punto de encuentro conmigo -que tenía al fútbol y a todos los deportes en la cabeza- hablándome de Chacarita. Creo que nunca fue a la cancha siquiera y, tiempo después, mi madre me confesó que en realidad también era de River.

Cuando era niño, con las pocas monedas que ahorraba, en un tiempo se me dio por eleccionar escudos de clubes de fútbol; aquellos que venían de felpa y que se cosían en las camisetas. El que más me gustaba -después del de River, claro- era el de Chacarita. Y también me encantaba su camiseta a rayas verticales, tricolor, muy parecida a una suplente que solía usar River. En mis imaginaciones infantiles, al estadio de Chacarita lo creía chico, bien cerrado, como los ingleses de los comienzos del fútbol. Muchos años más adelante, cuando un día fuimos con mi tío Tito (casi cobramos), me di cuenta que no tenía nada que ver. Ni siquiera sabía bien dónde estaba San Martín.

Con el transcurso de los años, Chacarita se me representó en mi hijo, también a través de la sonrisa. Cuando era niño no podía pronunciarlo bien. Decía «Cacharita». Y allí yo le contaba que ese era el equipo de su bisabuelo, al que no llegó a conocer.

Entrando a la adolescencia, estaba en una quinta en Los Cardales con mi abuela paterna cuando un tío vino a buscarme para llevarme a la Capital. Mi abuelo estaba muy enfermo, me dijo antes de que yo quedara parizado. Hacía ya varios días que estaba internado, pero no me habían dicho nada para no asustarme. Vengo de una familia donde no se decía. Si había alguien enfermo, no se decía; si había problemas económicos, no se decía. Cuando llegué -advertí la gravedad por la velocidad con la que manejó mi tío esos 60 kilómetros-, mi padre me llevó a ver a mi abuelo. Mi madre lloraba afuera de la habitación. Mi abuela estaba a su lado, agarrándole la mano al hombre con el cual había compartido toda una vida. Cuando me vio entrar, mi abuelo sonrió y me preguntó: «¿Cómo salió Chacarita?» No recuerdo qué le contesté, pero cuando salí de la habitación, se murió.

Chacarita acaba de regresar a la Primera División. Vi por televisión una multitud en ese estadio que tantas veces imaginé y que no era así como lo creía. Tampoco es igual la camiseta y ya no existen los escudos de felpa. Pero cada vez que veo a Chacarita o a Cacharita, me acuerdo de mi abuelo. Entonces, cómo no llevar a Chacarita en un rincón de mi corazón

No obstante

Roberto Daniel Fernández (Defer, en sus tiempos de redactor de aquel El Gráfico maravilloso de los 70) ha sido, y lo sigue siendo, uno de mis grandes maestros en el periodismo. A él le debo mucho de lo que soy, gracias entre otras virtudes a aquellos cafés a los que me invitaba a hablar cuando trabajábamos en la revista Goles Match (fines de los 70, comienzos de los 80) y cuando yo era un jovencito sólo preocupado por pelotas de cualquier forma, mujeres, diversión y pilchas. Tengo la fortuna de compartir varios días a la semana con él en Tea y Deportea (Roberto dice que él es un «teoydeporteo») y de, sobre todo al mediodía, charlar largos ratos y reirnos a carcajadas. Roberto es, además, muy gracioso.

Roberto es de esos tantos periodistas anónimos que aún engrandecen esta profesión. Yo admiro al periodista anónimo que es capaz de escribir las mejores notas con el único compromiso de que el que la lea se informe o aprenda algo más. Alguna vez escribiré de ellos y de la importancia que para mi tiene el anonimato en el periodismo, que es todo lo contrario del estrellato. Pero no es hoy el momento.

Lo que quiero rescatar hoy es una oración que encontré escrita por Roberto es un posteo en Facebook, refiriéndose a las tantísimas barbaridades que se encuentran diariamente en los matutinos porteños. Roberto escribió, a propósito: «Viva la vida, no obstante». Daniel Guiñazú, otro talento anónimo de este oficio (las notas de Guiña son obra de un cirujano del idioma), le contestó en ese mismo posteo: «Me haría una remera que diga eso».

Por eso: Viva la vida, no obstante.

Buen fin de semana. A disfrutarlo

 

La belleza

Alessandro Baricco (Turín, 25 de enero de 1958) es un escritor italiano que transforma las palabras en bellezas. Entre sus tantos libros hay uno maravilloso: Seda. Una novela corta en extensión, larga en intensidad, que se desarrolla en el siglo XIX y que trata de una historia de amor de un comercienta de Occidente que se traslada a Oriente en busca de gusanos de seda para su industria textil.

Roger Federer (Basilea, 8 de agosto de 1981) es un tenista suizo que transforma el tenis en belleza. Sus tiros de revés asemejan a un bailarín ofreciendo una flor. Acaba de ganar, a los 35 años, su 19° título de Gran Slam y su octavo en Wimbledon (sin ceder un set).

Baricco escribió sobre Federer. Y la mezcla de ambos no falla: es belleza.  Aquí tienen el texto. Disfruten

 

Me visto y salgo

Durante un buen tiempo escuché y leí la siguiente pregunta: ¿por qué se llama periodismo-rugby? Mi respuesta se transportaba a lo que imaginé cuando me decidí por ese título: un medio que contenga rugby y periodismo, porque de esas dos cuestiones pensaba escribir. Parecía una respuesta zonza, vaga, pero era la que se ajustaba a la realidad en aquellos primeros momentos. Después, con el tiempo y con todo lo que me fueron entregando los lectores, periodismo-rugby fue mutando hacia otros terrenos, hasta convertirse en bastante más que periodismo y rugby. El blog que inauguré el 7 de septiembre de 2006 y que dejé en manos más entusiastas que las mías el 6 de marzo último fue, como dije en el post de despedida, una especie de antes y después en mi vida de periodista. Tanto, que la abstinencia me duró apenas unos meses. Hoy empiezo otro proyecto con algunos puntos en común y muchísimos otros distintos. Aquella primera experiencia con periodismo-rugby me sirve ahora para develar desde el inicio otra pregunta: ¿Por qué se llama El Vestidor?

En un vestidor no sólo cuelgan camisas, pantalones, sacos y sacones; no sólo se ordenan remeras, sweaters, medias, pañuelos, foulards, carteras y prendas íntimas; no sólo se acomodan zapatos, zapatillas, botas, pañuelos, sombreros, prendedores, gemelos, alhajas y relojes. En un vestidor se guardan también secretos, objetos personalísimos y valiosos, cartas y hasta, bien escondido, algún ahorro. Allí, antes de vestirnos, pensamos, imaginamos, nos miramos. Nos preparamos para el día a día, para ir a una fiesta, a una cita, al club, a bailar, a encontrarnos con la persona que nos gusta. Es un lugar donde también descansa la cabeza del trajín cotidiano; donde nos tomamos unos minutos, solos con nosotros mismos. Allí también podemos archivar fotos de nuestra vida y textos que ni siquiera sabemos para qué los tenemos ahí, pero que sonreímos o nos emocionamos cuando los encontramos. No importa la forma: puede ser un vestidor propiamente dicho, un placard, una cómoda o, simplemente, una silla con un pantalón y una camisa. Vestirse es algo que hacemos todos los días.

Este blog se llama El Vestidor, al fin de cuentas, porque aspira a tener todo lo detallado en el párrafo anterior: textos propios y ajenos, fotos, intimidades, perfiles, ideas, libros, música (a la derecha, abajo, siempre habrá un video musical), tendencias, historias, recuerdos e invitados. Será un blog sin rugby (aunque es probable que lo haya de vez en cuando). Tampoco será un blog estrictamente periodístico. No se tocará aquí la realidad cruda. No interactuará con Twitter ni con Facebook; sólo estará aquí mi cuenta de Instagram (nunca pude cambiarle el nombre de periodismorugby). El Vestidor intentará ser un lugar para venir a darse una vuelta y para encontrar un espacio donde distraerse y, vaya pretensión, donde enriquecerse. Tengo que ser sincero: no puedo encuadrarlo en un estilo ni en una calificación a éste blog. Estimo que se irá definiendo mientras se vaya vistiendo.

Varios días atrás, cuando ya tenía decidido lanzarme a un nuevo blog –un nuevo desafío-, publiqué en Facebook una foto con una libretita donde había garabateado varias ideas para darle forma al blog. Debajo de la libretita había un libro de Truman Capote (Música para camaleones). Unos días después, cuando volví a mirar la foto y cuando ya había terminado de leer el libro, se me vino a la mente otro maravilloso libro del genio de Capote: Desayuno en Tiffany’s. Ahí recordé cómo su protagonista, la adorable Holly Golightly, necesitaba ir a Tiffany’s cada vez que quería refugiarse para pensar e imaginar. Algo de eso significa para mí la creación de El Vestidor: un espacio para refugiarme, para distraerme, para pensar y, especialmente, para compartir con quienes estén del otro lado. Mirarme al espejo y contarles qué es lo que veo.

También debo decir que imaginé a El Vestidor como un probable trampolín a otros proyectos personales. Uno que tengo en mente hace años es un medio de estilo masculino, y el título de este blog es, de alguna manera, un guiño a esa aspiración. Espero, claro, que esto no ahuyente a las mujeres que se acerquen.

No será éste un blog comercial, como lo fue periodismo-rugby. Será, yendo al rugby, un blog amateur. A veces cuando escribo o pienso estas cosas percibo que me estoy alejando de mi profesión de periodista. Pero muchas otras tantísimas veces descubro lo contrario, que me conecta profundamente con mi ser periodista, con el hecho de escribir y contar lo que veo y pienso.

El periodista sufre del síndrome llamado la hoja en blanco. Es ese largo momento en el que se sienta frente a la computadora (antes frente a la máquina de escribir) y no sale una idea para empezar a escribir. Me pasó durante días antes de arrancar con la primera oración de este texto. Pero hay otro miedo escénico que tenemos muchos periodistas: ¿habrá alguien que lea lo que escribimos? Por eso me pregunto: ¿quién estará del otro lado?; ¿vendrá alguien a El Vestidor? ¿vendrán los que me seguían en periodismo-rugby? ¿y los que me leen en La Nación? y si vienen, ¿se quedarán? El destino dará la respuesta.

Para este el comienzo de este camino recurrí en la realización a dos amigos. Federico Sosa, compañero de años en Clarín y de las mejores incorporaciones que hice en TEA y Deportea, fue quien diseñó El Vestidor. Nuestra idea fue hacer un blog simple y lindo, fácil de leer y sin nada que distraiga la lectura. Juan Panigazzi, compañero de años de buen vivir, es el autor de la foto de portada y de otras que irán girando a lo largo del tiempo.

Pues bien, aquí estamos. Vestidos para la ocasión. Bienvenidos, gracias a quienes estén y que sea lo que sea que va a estar bien 

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