El viernes 2 de abril de 1982 llegué a la agencia Diarios y Noticias (DyN) a las 7 de la mañana para cubrir mi turno matutino, que se extendía hasta las 13, en la sección Deportes. La agencia había comenzado a funcionar el 15 de marzo y yo tenía una mezcla de altas expectativas, nervios y autopresión, ya que deseaba trabajar ahí, una redacción con excelentes periodistas y un director honesto y valiente (Horacio Tato). Con la mayoría de ellos había compartido otra agencia, Noticias Argentinas (NA), en 1978-1979, en mis primeros pasos en el oficio de periodista. Tato, a quien admiraba, no me tenía mucha confianza, por lo cual esos primeros días los vivía con tensión, poniéndome a prueba en cada línea de cada cable que escribía. En Deportes éramos sólo cuatro: mi amigo de la vida, Ezequiel, estaba al frente y me había convocado; con los otros dos, Adrián y el Rolo, habíamos sido compañeros en NA y en Goles Match. Salvo en una parte de la tarde, cubríamos uno solo los tres turnos: mañana, tarde y noche. En el viaje en colectivo, esa mañana, iba pensando en cómo armar los anuncios de la actividad deportiva del sábado, qué les podía adelantar al que estaba a la tarde y en pedir el DDI, el teléfono de discado internacional, para hablar con algún Puma, ya que al otro día iban a jugar, como Sudamérica XV, contra los Springboks, en Sudáfrica. Tenía 23 años, así que también, seguramente, imaginaba las salidas por la noche del fin de semana.
Cuando entré a la redacción, a las 7 de la mañana de ese viernes 2 de abril de 1982, el jefe de turno, el Gallego Fernández, no me dejó ni llegar a mi escritorio: “Andate ya a la calle. Tomaron las Malvinas. Llamame con todo lo que vayas viendo así armamos los boletines, y al mediodía volvete a escribir el cable”. No me dio ni tiempo de preguntarle algo; me entregó un puñado de cospeles y, firme, me volvió a decir: “Dale, andá que hoy será un día de locos”. En la redacción no éramos a esa altura del día más de 5 personas.
Recuerdo una mañana soleada, de poca actividad a esa hora y también me recuerdo no entendiendo nada de lo que estaba pasando. Enfilé rumbo a la Plaza de Mayo, ya que la agencia estaba a cuatro cuadras. Caminé por la Diagonal Sur mientras pensaba que en mi círculo, familia y amigos, nunca se había hablado mucho de las Malvinas. O eso creía. Quizá se hablaba y yo no lo registraba. No lo sé aún hoy. Mis primeros dos llamados desde teléfonos públicos alrededor de la Plaza fueron para decirle al Gallego que no se observaban movimientos y que apenas dos o tres personas sabían que los militares habían tomado las Malvinas. En ese momento del viernes, cerca de las 8 de la mañana, todavía no existía la conciencia de que estábamos en guerra y contra el poder del Reino Unido.
Todo me parecía una locura. Tres días antes en esa misma plaza, miles y miles de personas convocadas por la CGT habían ido a manifestarse contra la dictadura. La represión, como signo cruento y horroroso de ese período, fue brutal. Con Ezequiel y Alejandro Lomuto íbamos ese 30 de marzo de 1982 desde la agencia rumbo a la Plaza, cuando pasó un Falcón verde sin patente, con un hombre vestido de civil salido de la ventana y apuntándonos con un arma larga. Ezequiel atinó a decir “somos periodistas”, y los tipos, servicios de inteligencia, siguieron de largo. Todavía me dura el miedo cuando lo cuento.
A eso de las 10 de la mañana, la gente se empezó a agolpar frente a los negocios de la avenida de Mayo, que sacaban los parlantes a la calle para escuchar las noticias que daban las radios. Tiempos sin internet, no había otro modo de informarse si uno estaba en la calle. Llamé al Gallego y le conté todo lo que estaba viendo, que la gente estaba alegre porque “se recuperaron las Malvinas”. Volví a la agencia, escribí el cable y me quedé para completar la información deportiva, que, por supuesto, había quedado al margen.
En aquel entonces también trabajaba en la revista Goles, que había recuperado ese nombre original después de la experiencia de Goles Match entre 1979 y comienzos de ese 1982. Aquella redacción brillante había sido descabezada y tomada por el almirante Lacoste, el hombre fuerte del deporte en la dictadura, sobre todo en el Mundial de 1978. Lacoste había llamado un tiempo antes al director de la editorial –Abril- para decirle que si no lo echaba al jefe de redacción de la revista, ponía una bomba en el edificio. El jefe de redacción se tuvo que exiliar en España.
Ese viernes, desde DyN me fui a Goles, y allí se olía algarabía por lo que estaba pasando. Recuerdo, vagamente, cómo uno de los nuevos jefes, hombre de Lacoste, obviamente, me pidió que arme algo con el rugby y las Malvinas. Todo iba a girar alrededor de eso de ahí en más.
Ese viernes 2 de abril de 1982 también pensé, en medio de tanto trajín, en mis amigos. Somos de la camada 1958, la primera que hizo el servicio militar a los 18 años. Pertenezco al feliz grupo que se salvó por número bajo, pero otros no sólo la hicieron, sino que los volvieron a llamar por el conflicto con Chile por el Beagle -¡qué época monstruosa!- y temía que los convocaran de nuevo. Afortunadamente no pasó. Increíble: a los 18 años no podías votar, pero sí ir a una guerra. Teníamos 23 años y nos habíamos pasado buena parte de la infancia y adolescencia con Golpes de Estado y censura. Una herida que llevará décadas de democracia en cerrar.
En DyN se supo pronto que la guerra se perdía, que no había modo de ganar y que todos los comunicados que emitían las Fuerzas Armadas contaban un bajo porcentaje de lo que realmente ocurría. Pero los diarios, la TV y la radio se hacían eco de esos comunicados. “Vamos ganando”, titulaba la revista Gente, que vendía un millón de ejemplares por semana. Los medios instalaron un clima de euforia y triunfalismo. Engañaron a la gente como se los pedían los militares. Ahora le dicen fake news; ya eran expertos en eso. Así pasó que señoras grandes donaban las pocas joyas que les quedaban, mientras que familias enteras depositaban el dinero que no tenían para ayudar a los soldados. Los militares no sólo mataban; también eran especialistas en robar: bebés; muebles, viviendas y terrenos de la gente que secuestraban; todo lo que se recaudaba por Malvinas.
Cuando me juntaba con mis amigos y les decía que todo era mentira, que los ingleses nos estaban aplastando, no me creían. Les daba datos de lo que llegaba a la agencia, pero me decían que estaba equivocado. Era grande la frustración. La prensa nunca hizo un mea culpa, nunca reconoció su apoyo abierto a los militares. De hecho, los columnistas políticos de principales los diarios en la época de la dictadura son los mismos que están ahora, 45 años después.
Vino el Papa Juan Pablo II, vino el Mundial de España con la selección defendiendo el título y con Maradona. En menos de seis meses, DyN había vivido una guerra, una visita del Papa y un Mundial de fútbol. Hubo que esperar más de un año y medio para que el horror de la dictadura se terminara
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