Cuando inventé el blog periodismo-rugby, en los albores de septiembre de 2006, decidí que los títulos de los textos llevasen sólo una palabra. Sin ser para nada original, busqué darle un estilo propio. En esa sintonía, cuando un club o un personaje cumplían años, el título era un número. En el centenario, por ejemplo, era 100. Hoy me toca a mí, en otro blog, en éste que empecé el año pasado y al cual tengo abandonado hace un buen tiempo. El presente post se titula 60 porque, ¡oh que audaz!, he arribado a los 60 años; a las 6 décadas; al LX, large extra, en número romanos. Entendí, entonces, que significaba una preciosa oportunidad para volver a sentarme frente a una computadora y ensayar unas palabras que no fuesen las de rugby que escribo todos los jueves en el diario La Nación, en lo que es mi único contacto con el diario de papel, ya que lo concerniente al periodismo lo sigo ejercitando todos los días en TEA y Deportea, mi sostén económico pero, sobre todo, mi genuina conexión con el oficio que elegí hace 39 años y 11 meses. Sí, en un mes cumpliré 40 años en el periodismo y quizá eso merezca otro manuscrito, que probablemente lleve como título: 40.
Nací en la madrugada del viernes 24 de octubre de 1958 y aquí estoy el miércoles 24 de octubre de 2018. Escorpiano, hijo único, pertenezco a una camada, la del 58, que vivió mucho pero que, creo, llegó tarde a todos los grandes movimientos. Éramos aún chicos en los actos revolucionarios de la cultura en las décadas de 1960 y 1970, y un poco grandes en todo lo que vino con y después de Internet, más todos sus derivados. Estábamos lejos de los que comandaban los cambios y estamos lejos de los millennials. Vengo de una generación del medio, pero que se las arregló para, de todos modos, empaparse con todos los sucesos de este último medio siglo y monedas.
No sé si les ha pasado cuando se vieron cerca de algún número redondo, pero hace unos años que me vengo preguntando qué iba a ocurrir cuando llegase a los 60. Hoy puedo decir que no pasa nada, que es un día más, que hay que festejarlo porque llegué a esa cifra y que la gran diferencia es que no diré más 59 cuando me pregunten la edad. Pero no quiero hacerme tampoco el superado. Es un numerito. Faltan solamente 5, si es que este gobierno no cambia la fórmula y si es que llego también, para transformarme en un jubilado, algo que, a decir verdad, no me disgusta tanto, ya que siento que merezco un descanso después de tantos años trabajando intensamente.
No ha sido sencillo este año, el año de los 60. Venía de un stend, tuve un colapso personal a mitad de año y dos internaciones consecutivas: primero me operaron de una hernia inguinal; salí y al otro día volví al sanatorio con una diverticulitis grave. Me salvé de la operación esos días, pero los médicos me avisaron que debía pasar por el quirófano no más allá de noviembre. En estos dos últimos meses me estuve cuidando con las comidas –pollo, pescado, calabaza; casi no salí de ahí- para llegar bien a la operación, que anunciaba un post bastante complicado, con regreso a la vida normal recién en los primeros días de 2019. En todo este tiempo mi cabeza, que suele no detenerse durante las 24 horas, planeó decenas y decenas de escenarios, la mayoría nada simpáticos. Fui programando mi vida para estar out de todo durante noviembre y diciembre, y, debo confesarlo, hasta le había encontrado algo de comodidad, ya que en ese tiempo tenía, con certificado médico, la excusa para delegar obligaciones. Me esperaba, en el reposo, una pila de libros que aguardan ser leídos.
El cirujano me dijo que coma de todo y el gastroenterólogo, que opera con ese cirujano, que no coma verduras ni semillas. No se pusieron de acuerdo, pero opté por seguirlo a este último, ya que no quería correr ningún riesgo. Mi meta era llegar bien a noviembre, hidratado y fuerte física y mentalmente. Me mandaron a hacer un estudio que no se lo recomiendo ni a mi peor enemigo (bah, sí): una radiografía de colón por edema. Insulté al cirujano por todos los wines, pero fue ese estudio el que me terminó salvando: el panorama no es el mejor, es serio en realidad, pero no para operar. Si vuelvo a tener otro episodio, ahí sí que no zafó, aunque puede ser que no haya otro. Rezo por ello.
Así que un día, un martes a la noche, me encontré con otra foto a la que venía imaginando. Ahora era noviembre y diciembre on, sin quiebres a la rutina. Cabeza complicada la mía: como escribí antes, me había empezado a sentir cómodo con el otro escenario, porque, la verdad, también me calza bien el papel de víctima. Este nuevo, que en realidad no cambiaba nada, me ponía feliz pero me llenaba de interrogantes. Pasaron varios días hasta que pude caer en que me había salvado, sólo por hoy, de una operación más que complicada.
Ese es uno de los mejores regalos de estos 60 años. Uno de tantos, porque cuando ejercito el inventario, la columna de lo que tengo supera largamente a la de lo que me falta. Gozo de una vida plena, sin deudas, libre y limpio de todo, con la salud un poco averiada pero que no me impide una vida normal, estoy repleto de amigos, la mayoría con una duración que lleva 55 años y que concluirá cuando estemos bajo tierra, trabajo de lo que quiero y me va bien con ello. Tengo el corazón contento y la cabeza en un aceptable sano juicio.
Miro para atrás, lo que siempre no es un buen ejercicio –a veces tampoco vale mirar para adelante, puede traer peores resultados si los planes no se concretan-, y me veo mucho mejor hoy que a los 40. Ahí sí que no la pasé bien en ese número redondo que cambiaba de década. Tenía todo, pero el vació interno era más grande. Me sentía lejos de todo; de la adolescencia y de la sabiduría. Además, tengo una teoría no comprobada científicamente: los 40 son los peores para los hombres y los mejores para las mujeres. En cambio, en los 50 sentí la plenitud. Habrá que ver cómo empiezo a caminar los 60.
Los del 58 somos contemporáneos a la llegada del hombre a la Luna, a la Guerra Fría, a la Caída del Muro de Belín, a la Primavera de Praga, a las guerras televisadas, a los Beatles, a los Stones, a la vuelta y a la muerte de Perón, a la guerrilla, a la dictadura, a la vuelta de la democracia, a los campeonatos del mundo de 1978 y 1986, a Maradona, Pelé, Cruyff y Messi, al tango, al jazz, al twist, al rock, al rock sinfónico, al pop, al brit pop, a la música electrónica, a Internet, a los juegos en la calle y a los juegos en las computadoras, al cine, a Netflix, al cassette, al CD, a Spotify, a las cartas, al mail y a whatsapp, a los libros y a Facebook y a Twitter, al diario de papel y al diario digital, a la revolución de la mujer, al auge y al rechazo del cigarrillo, a las drogas de todo tipo, al cuidado físico y ambiental, a la apertura de la aeronavegación, a las máquinas de escribir, a las computadoras, a las tablets, a los teléfonos inteligentes, a los avances de las medicinas, a las nuevas enfermedades, al Che Guevara, a Nelson Mandela, a un presidente negro en Estados Unidos, al asesinato de JFK, al derrumbe de las Torres Gemelas, a un Papa argentino, a la TV blanco y negro y la TV color, a los rugbiers uruguayos de la Cordillera (¡Viven!), a las grandes matanzas, a los grandes atentados, al hambre que todavía sigue, a la desigualdad que se mantiene y sigue la lista.
Llegar a los 60 también es eso: saber que hay una memoria que captó cientos de momentos que fueron nutriendo este camino. Estoy terminando de escribir este texto en los primeros minutos de mis 60 años. Festejo por todo eso. Claro que sí: hay que festejar. Esto recién empieza
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