de Jorge Búsico

Categoría: PERIODISMO (Página 3 de 3)

Moda online

Victoria Lescano tiene varios dones. Uno de ellos es que escribe simultáneamente para La Nación Revista y para Página 12, dos diarios que están en veredas opuestas en esta locura extrema de la que lejos está de salir la Argentina. Vicky escribe como los dioses y, además, tiene una mirada clínica sobre el universo inacabable de la moda. No es la cronista que sólo dice cómo está vestida o vestido tal o cual, ni tampoco la que es contratada por las marcas para hablar bien de ellas. Victoria es una historiadora de la moda, una verdadera cronista de ella y ha publicado libros maravillosos al respecto.

Tuve el orgullo de tenerla como alumna en TEA, cuando dictaba taller gráfico. Ahora tengo la satisfacción de haberla convocado para que lleva adelante un curso online de periodismo de moda en el Laboratorio de TEA y Deportea. Empieza el lunes. Sí, puede ser considerado esto un chivo, ya que es algo en lo que tengo que ver económicamente, pero tratándose de El Vestidor, creo que viene bien difundirlo aquí. Pablo Ramírez, el prestigioso modista, también le da la bienvenida a Victoria y detalla mejor de quién se trata

 

Cosas que debés saber…

Desde que más o menos tuve noción de lo que quería, situación que ubico en los 12 o 13 años, supe que quería ser periodista. Hay varios indicios de ese deseo, como cuadernos en los que recortaba nota de El Gráfico y las titulaba o libretas con las campañas de River, escritas prolijamente con marcadores de distintos colores (lo de prolijo es un dato, porque nunca pude ser prolijo en mis trabajos del colegio) u otro cuaderno dedicado sólo a la Fórmula 1, allá por mis 16/17 años. Sin embargo, cuando terminé el colegio me metí en la Universidad de Medicina sin saber a ciencia cierta si quería ser médico, pero haciéndole caso a mi padre, que me decía que tenía que seguir alguna carrera universitaria porque con el periodismo me iba a morir de hambre. Después de 2 años con más fracasos que aciertos, hice lo que creía: me anoté en periodismo. A los pocos meses empecé a trabajar. El año que viene se cumplirán cuatro décadas de mi primer paso en una redacción. ¿A qué viene esta lata? Para bajar aquí un lindo texto de Gonzalo Suárez en el diario español El Mundo. Buen fin de semana. Ah, no se pierdan en el estante de música sesenta temas de Charly

Jeanne

Se fue de gira Jeanne Moreau, ícono del cine francés. Una mujer entera por donde se la mirase. Marchó el mismo día que lo hizo Sam Sheppard, brillante actor y dramaturgo norteamericano, ganador del Premio Pullitzer. Pero hoy nos quedamos con Jeanne. Con estas escenas de la película Ascensor para el Cadalso (de Louis Malle), con la música de Miles Davis. Joyita.

Y también nos ponemos este preciso texto de Juan Pablo Csipka, en otro muy buen medio independiente: Socompa

Paradigmas

Un par de posts atrás escribí sobre el anonimato en el periodismo. No había escuchado lo que dijo Alejandro Dolina en su programa de radio. Con su característico estilo, Dolina aportó una mirada que apunta específicamente al periodismo deportivo televisivo.

Escuchen.

Pero busquemos otras ropas para salir hoy. Veamos cuáles son hoy las formas de comunicar, la manera de seleccionar temas y cómo contar historias. Dos especialistas armaron un excelente informe en la revista Anfibia

Destapando al periodismo

Una expresión legítima de lo que debe ser el periodismo es el blog No hemos entendido nada, del periodista peruano Diego Salazar. Ahí podrán ver lo que no se suele encontrar en la enorme mayoría de los medios domésticos: chequeo de la información, buena redacción, excelente manejo del idioma multimedia, investigación y cómo la información precisa y concisa mata sanata e indignación. Hace unos días, Salazar descubrió cómo un dibujante compatriota suyo había mentido diciendo que había publicado una ilustración de su autoría en la prestigiosa revista New Yorker. El paso a paso del post de Salazar es maravillosamente didáctico.

A propósito de esa mentira, Agustina Larrea, una de las muy buenas periodistas que hay en la Argentina, escribió una nota en Infobae en la cual recolecta una serie de impostores del periodismo a lo largo del tiempo. Algunas historias son difíciles de creer, pero ocurrieron

Anonimato

Acabo terminar de leer El guardián entre el centeno (The catcher in the rye, su título original»), de JD Salinger (Jerome David Salinger, 1/1/1919-27/1/2010). Salinger fue uno de los escritores norteamericanos más influyentes de la post guerra y, como me sucede con muchos otros de sus colegas, me pregunto cómo no lo había leído antes. El guardián… es una novela maravillosa que pinta esa adolescencia que se siente sin rumbo, que se cree entre vivaz y despistada, entre esperanzada y -acto seguido- fracasada, y que transforma a su protagonista, Holden Caufield, en un ser entrañable. Es de esos libros que tienen el don de que a uno lo transportan por distintas sensaciones. Yo me he reído sin parar en varios de sus tramos, aunque vale advertir que no es un libro gracioso.

Salinger me llegó a través de mi amiga Vicky, que tuvo que deshacerse de libros por cuestiones de mudanza, circunstancia dolorosa por la que pasé hace un año y medio. Fui a su casa aún sabiendo que en la mía ya no había lugar para más libros, pero la expedición fue más que provechosa. Me encontré con varios libros que hacía tiempo que quería leer. Uno de ellos era El guardián entre el centeno. En la primera página estaba escrito con birome: «Bianca. 2004». Bianca es la hija de mi amiga y ella, mucho menor que yo, por supuesto, ya lo había leído siendo una niña. ¿Cómo yo recién lo voy a leer ahora?, me preguntó mi soberbia y el quetodolotienequehacerysaber. Es que, además, padezco un síndrome con los libros especialmente: tengo tanto para leer y que no leído aún de los que están en mis bibliotecas, que cuando entro a una librería nunca me puedo ir con menos de dos libros y, peor, rumeando porque no me compré más. Vayamos al grano: quisiera tener cinco librerías en mi casa y disponer de 48 horas por día sólo para leer. También me pasa que quiero recuperar el tiempo perdido cuando estuve hace unos años un largo tiempo sin poder abordar un libro porque, sinceramente, no podía abordar nada.

Pero volvamos a Salinger. Con él también me ha pasado que supe de quién se trataba bastante antes de leerlo, porque no sólo leo libros, claro. De Salinger supe de cuentos que escuché, de artículos que leí en diarios y revistas y, más adelante, de un montón de otras notas pescadas en Internet. Podía hablar de Salinger sin haberlo leído, pero después de leerlo llegué a la conclusión de que no debía haber hablado de Salinger con tanto fervor sin haberlo leído antes. Nota mental para de aquí en más.

Entre los artículos que leí de Salinger encontré una de las pocas frases que se le conocen, ya que Salinger se caracterizó por aislarse del mundo después de que lo alcanzara la popularidad: «Los sentimientos de anonimato y oscuridad de un escritor constituyen la segunda propiedad más valiosa que le es concedida». Esta definición de Salinger que bien puede parecer extrema, me llevó en su momento a reflexionar sobre el rumbo que ha tomado el periodismo. En varios post de no rugby que escribí en periodismo-rugby me referí a las épocas en que los periodistas éramos anónimos.

Nací periodísticamente en una agencia de noticias (Noticias Argentinas) y luego crecí en otra (Diarios y Noticias). En estos días, precisamente, Carmen Coiro, querida compañera de redacción en aquellos tiempos como acreditada en la Casa Rosada, está organizando una movida para rendirle homenaje a Horacio Tato, quien fue el director de ambas agencias. Tato fue el ser más anónimo que conocí en el periodismo y también, de todos los periodistas que he conocido, el que mejor interpretó lo que significa una noticia. Tato, nos contaba Carmen en los múltiples intercambios de mails con muchos otros periodistas (la gran mayoría también anónimos), ni siquiera figura en Wikipedia, que sí le da lugar y espacio a decenas de periodistas domésticos que dejan por el piso la verdadera esencia de éste oficio.

Como dirijo una escuela de periodismo desde comienzos de los 90, infinitas veces me pregunté en qué momento el periodista pasó de ser un anónimo a ser una estrella intocable; en qué momento dejó ser importante la noticia para serlo el escándalo y la denuncia; cuándo ocurrió que periodistas pasaran a ser millonarios, miembros de la farándula vernácula  y cercanos-serviles del poder.

Creo que todo ocurrió cuando se terminó el anonimato. Y no fijo como punto de inicio la revolución que significó la comunicación (que a muchos nos agarró desprevenidos), porque la considero no sólo un avance, sino algo vital y refundacional en la vida de las personas, ni tampoco estimo que sólo se haya debido a la expansión de la televisión y la exposición que ella brinda.

Tuve una primera aproximación de lo que podía ser abandonar el anonimato cuando las notas en los diarios empezaron a salir no sólo con la firma, sino con la carita del autor. Sitúo este hecho en los comienzos de los 90, que, vaya coincidencia, fue la década del exhibicionismo, de la banazalización, del comienzo de la pérdida de la privacidad y del fervor por los escándalos, la corrupción y la aparición de nuevos personajes unidos a los autos chillones y a los mujeres escotadas por todos los wines. Los 90 fueron la década de las siliconas.

En los comienzos de los 90 entré en Clarín como prosecretaria de redacción de Información General, una mega sección que en esos tiempos contenía sociedad, policiales, ciencia, consumo, cultura, institucionales y cuanto chivo querían colocar los que manejaban el diario. Un año después pasé a tener el mismo cargo en la sección Deportes. Ya estaban en pleno auge y funcionamientos los cambios radicales que había puesto en marcha Roberto Guareschi como secretario general. Muchos de esos cambios fueron muy importantes para el diario desde lo periodístico. Otros no tanto, sobre todo por algunos personajes que subieron al escenario del poder.

Entre esos cambios estuvo el de firmar las notas principales con carita. Para ello, todos tuvimos que pasar por fotografía para que nos retraten. Ahí empecé a vislumbrar lo que eso terminaría significando. Iban periodistas muy valiosos -la mayoría lo sigue siendo- más preocupados por la foto que por lo que iban a escribir. Los había incluso que pedían dos fotos: una con corbata y otra sin; una riendo y otra serio. Empezó así la locura por las caritas.

Más tarde vino la siguiente situación ante cada nota que me tocaba editar. Venía el redactor y preguntaba: «¿La nota va con o sin carita?», como si eso determinara la importancia de lo que iba a escribir. Si era con carita, se marchaban con carita feliz y se esmeraban en hacer la nota del siglo. Si era sin carita, huían con carita de puchero y te la entregaban con desgano a los 20 minutos.

Algo parecido ocurrió también con los viajes. En los 90, con el 1 a 1, se cubría hasta un torneo de bochas en Dinamarca. Periodistas con menos de un año de antigüedad, viajaban a Europa como si fuese a Mar del Plata. A la función del periodista se la empezó a medir, entonces, por los viajes. Ocurre aún en éstas épocas de menos coberturas, pero están los que creen que ser un buen periodista es estar más tiempo arriba de un avión que en la calle o dentro de una redacción.

Creo que el periodismo ha devenido en algo que en un alto porcentaje no me gusta ni me representa. Lo veo a diario. Hoy vale más el show, el estar en el negocio, figurar en la tele o pegarse al poder. Nada se chequea, todo se vocifera, y proliferan los cholulos y los alcahuetes.

He leído y escuchado que soy el periodista más influyente del rugby en la Argentina. No creo que sea así. Nunca he formado parte del negocio ni estuve asociado ni trabajando para ninguno de los grupos de poder. Creo que esos sí son los más influyentes. No los mejores, claro.

Conozco al menos unos 30 periodistas que son brillantes, maestros de la profesión, que no los conoce nadie. Son anónimos -yo no lo soy, aclaro; de hecho yo aquí no sólo salgo con carita, sino de cuerpo entero- y se sienten a gusto con ello, porque creen que es la mejor manera de llegar a la gente y de alejarse de los flashes. Propondría la vuelta al anonimato, si es que pudiera. El diccionario dice que anonimato significa «carácter o condición de anónimo». Pero también sé que pedir en estos tiempos un periodismo anónimo califica como querer tener cinco librerías en mi casa y disponer 48 horas por día sólo para leer. Así que por ahora voy sacando un nuevo libro de los que esperan para ser leídos (viene Los besos en el pan, de Almudena Grandes) y viendo cuál de Salinger compro para abordarlo por segunda vez. Es un gran plan, al fin de cuentas

Comer

¿Qué comemos? La periodista Soledad Barruti, autora del libro Malcomidos, tiene un punto de vista más que interesante a raíz de varias investigaciones que llevó adelante durante años. Como siempre sucede cuando alguien toma una posición tan firme, vienen críticas desde otros lados. Barruti expone, se compromete y fundamenta. No se trata de una cuestión menor: comemos todos los días. O, en algunos casos, casi todos los días. Me pareció interesante traer a Barruti a El Vestidor de hoy. Primero, con este reportaje que le hicieron en la revista Almagro. Y luego, con dos videos: uno contiene otra entrevista; el otro, una participación suya en el programa Cocineros Argentinos

Forn

Hay personas que da placer leerlas. Juan Forn (Buenos Aires, 5 de noviembre de 1959) es una de ellas. Su proceso de reinvención también es admirable. Quizá uno de los puntos más altos de sus distintos recorridos hayan sido sus columnas de los viernes en Página 12, que dejaron de salir a comienzos de año, cuando Forn se dispuso a buscar otras experiencias. Hoy vamos a salir con él. Primero, con esta reciente y muy buena entrevista (a propósito, ¿quién dijo que no se puede escribir largo y bien en Internet?) que le hizo Hinde Pomeraniec en Infobae. Pero también vamos a agregar un reportaje que le realizó el excelente medio Anfibia.

Para que disfruten y tengan para varios días de lectura, las columnas de los viernes de Forn en Página 12

No obstante

Roberto Daniel Fernández (Defer, en sus tiempos de redactor de aquel El Gráfico maravilloso de los 70) ha sido, y lo sigue siendo, uno de mis grandes maestros en el periodismo. A él le debo mucho de lo que soy, gracias entre otras virtudes a aquellos cafés a los que me invitaba a hablar cuando trabajábamos en la revista Goles Match (fines de los 70, comienzos de los 80) y cuando yo era un jovencito sólo preocupado por pelotas de cualquier forma, mujeres, diversión y pilchas. Tengo la fortuna de compartir varios días a la semana con él en Tea y Deportea (Roberto dice que él es un «teoydeporteo») y de, sobre todo al mediodía, charlar largos ratos y reirnos a carcajadas. Roberto es, además, muy gracioso.

Roberto es de esos tantos periodistas anónimos que aún engrandecen esta profesión. Yo admiro al periodista anónimo que es capaz de escribir las mejores notas con el único compromiso de que el que la lea se informe o aprenda algo más. Alguna vez escribiré de ellos y de la importancia que para mi tiene el anonimato en el periodismo, que es todo lo contrario del estrellato. Pero no es hoy el momento.

Lo que quiero rescatar hoy es una oración que encontré escrita por Roberto es un posteo en Facebook, refiriéndose a las tantísimas barbaridades que se encuentran diariamente en los matutinos porteños. Roberto escribió, a propósito: «Viva la vida, no obstante». Daniel Guiñazú, otro talento anónimo de este oficio (las notas de Guiña son obra de un cirujano del idioma), le contestó en ese mismo posteo: «Me haría una remera que diga eso».

Por eso: Viva la vida, no obstante.

Buen fin de semana. A disfrutarlo

 

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