El Vestidor

de Jorge Búsico

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Parásitos

En un lugar maravilloso escuché esta maravillosa definición: «El resentimiento es un veneno que se toma uno para que se muera otro».

A Henning Mankell (¡siempre Mankell!) le leí esto otro: «El odio puede ser fuente de energía sólo por un tiempo limitado. Nos infunde la ilusión de ser fuertes pero, ante todo, es un parásito que nos devora».

Buena semana

Reviviendo en París

Revoloteando por las redes sociales me topé hace un par de días con un video que rememoraba el partido que los Pumas jugaron en Bélgica, previo a viajar hacia Francia para instalarse en Enghien-les-bains, en las afueras de París, y así esperar el debut en la Copa del Mundo de 2007, previsto para el 7 de septiembre de 2007 ante el local, en el Stade de France. Recordé entonces que en esos días finales del otoño argentino, terminaba de concretar los últimos detalles para viajar a cubrir el que sería mi tercer mundial de rugby como periodista. En los dos anteriores, Gales 1999 y Australia 2003, fui enviado por Clarín. Este tenía una particularidad: en buena parte, me lo costeaba yo, ya que me había ido del diario un año antes. Ya tenía el blog periodismo-rugby desde el 7 de septiembre de 2006, seguía colaborando en ESPN y me habían contratado para escribir de rugby en lo que en ese momento era La Nación Deportiva.com, predecesora de Cancha Llena, que ya no existe.

Un par de meses antes había desistido de ir. No me daban los números y no tenía experiencia en eso de buscar avisos u otro tipo de apoyos. También, como suele sucederme aún, me había dormido con los trámites. Sufro del defecto de la postergación. Un sábado, en la tribuna de cemento del CASI, no me acuerdo en qué partido, el querido y entrañable colega platense Patuti Cerviño me dijo: “¡¿Cómo no vas a ir al Mundial?!”. No sé por cuál razón, pero esa pregunta con tono bien enfático me sacó del sopor. El lunes empecé a moverme y a los pocos días apareció la posibilidad de un canje en el blog por un pasaje ida y vuelta Buenos Aires-París. Tenía medio viaje adentro.

En esa misma semana me reuní con mi amigo Pablo Mamone, una de las cabezas de ESPN: “Ayudanos con la transmisiones en los partidos y te meto en alguna de nuestras habitaciones, pero sólo por la primera rueda”, me dijo Pablo. A los pocos días, LND.com me compró un paquete de notas. Y aparecieron unos avisos en el blog. No recuerdo exactamente qué día decidí que me iba a Francia, pero lo que sí no me olvido es que sentí un vértigo inédito con respecto a mis anteriores viajes. Vértigo (miedo) de no tener un medio grande que me cubra las espaldas en la logística y en lo económico. Sentía que saltaba al vacío. No sabía que saltaba hacia una nueva vida.

El dinero que me habían dado en Clarín por el arreglo de la desvinculación ya se me había evaporado y, como conté en otra nota, mi vida estaba recién recomponiéndose de mis excesos y de los años de arrogancia en Clarín. Me sentía frágil para irme con más incógnitas que certezas a un viaje que ni siquiera sabía cuánto podía durar. Confieso: tenía la vuelta para después de los cuartos de final. Suponía –mal- que los Pumas caían en esa instancia con los All Blacks, en Cardiff.

Con miedos, una tarjeta de crédito con el límite extendido, un puñado de dólares, una valija gigante y un bolso también extenso (siempre me mudo cada vez que viajo), un teléfono celular de los de tapita que había contratado en una empresa de terror y una notebook pesadísima, abordé una noche el vuelo a París. Suelo no poder dormir en los aviones, pero en aquel dormí de punta a punta. Dejé Buenos Aires extenuado. Me esperaba un hotel que me había sacado el querido y entrañable Fernando Soustiel (se fue de gira al igual que Patuti) a unos 30 minutos del centro de París y a dos horas de donde se alojaban los Pumas.

Llegué a París a la mañana temprano. Fui al hotel, me di un baño y salí hacia Enghien-les-bains. Hablando con los jugadores, especialmente con Pichot, me di cuenta que iban a ganar el test inaugural y que iba a tener que cambiar el pasaje. Lo que pasó en el Mundial, del que pronto se cumplen 10 años, será motivo de otro post. Puedo decir que volví con la tarjeta ya sin crédito, con el celular cortado, sin una moneda, pero con una felicidad imposible de describir. En ese Mundial que significó el antes y después de los Pumas, me reconvertí como periodista. Y acá estoy todavía, tratando de dar una vuelta más de tuerca, día a día

Promesas

«Porque me tratas tan bien, me tratas tan mal/Sabés que no aprendí a vivir/A veces estoy tan bien, estoy tan down/Calambres en el alma/Cada cual tiene un trip en el bocho/Difícil que lleguemos a ponernos de acuerdo», escribe y canta Charly García en Promesas sobre el bidet («Por favor no me abras más los sobres/Por favor, yo te prometo que te escribiré), uno de sus tantos temas bellos e icónicos.

Promesas, promesas. El genial escritor sueco Henning Mankell (3 de febrero de 1948-5 de octubre de 2015) tiene un párrafo maravilloso -¡qué maravilloso es leer a Mankell- acerca de las promesas en su libro Zapatos italianos. Allí, Harriet le dice a Fredrik:

«A uno le hacen promesas sin cesar. Nos hacemos promesas a nosotros mismos. Escuchamos las promesas de los demás. Los políticos nos hablan de una vida mejor para los que envejecen, de una sanidad donde nadie sufra en la espera. Los bancos nos prometen mejores intereses, los alimentos nos prometen mejor línea y las cremas nos garantizan una vejez con menos arrugas. La vida no consiste más que en navegar en nuestra pequeña embarcación cruzando un mar de promesas siempre cambiantes pero inagotables. ¿Cuántas de esas promesas recordamos? Olvidamos lo que queremos recordar y solemos recordar aquello de lo que más deseamos librarnos. Las promesas no cumplidas son como sombras que danzan a nuestro alrededor en el ocaso. Cuando más me acerco a la vejez, más claras las veo»

La mano de Sacheri

Eduardo Sacheri es un caso ejemplar. Desde donde se lo mire. Primero, porque es un tipo ejemplar, alejado del ruido, nunca abandonando la docencia -es maestro en Castelar, la ciudad de la que nunca se fue- y de una generosidad sin límites. Sacheri transpira vida. Y también es un caso ejemplar por cómo fue construyendo una carrera de escritor que arrancó llevándole cuentos a la radio a Alejandro Apo y llegó a Hollywood y a un Oscar.

Sacheri acaba de lanzar un nuevo libro: El fútbol, de la mano, que es otro capítulo -el anterior fue Las llaves del reino– de sus columnas en la revista El Gráfico. Anoche vino a presentarlo a TEA y Deportea. Un lujo. Aquí les dejo la charla, sin ruidos, pausada, prolija, rica, muy lejana al desquicio al que asistimos en la vida diaria. Adhiero a lo que dijo Julio Marini (director de la Diplomatura de la escuela, maestro de periodistas y, aclaro, como un hermano para mi): A mi también me hubiese gustado ser Eduardo Sacheri

Una cosa por vez

¿Por qué a las mujeres quizá se les quema la comida cuando al mismo tiempo están hablando por teléfono? ¿Por qué los hombres quizá mojamos la tabla del inodoro cuando orinamos y antes de terminar tiramos la cadena? ¿Por qué chocamos cuando vamos hablando por teléfono sin manos o mirando el celular? En una charla que le escuché, el científico Fabricio Ballarini dio la respuesta certera: «El cerebro puede registrar sólo una orden por vez; es mentira eso de que podemos hacer mil cosas al mismo tiempo. Quizá sí las hagamos, pero es muy probable que todas las hagamos mal».

A veces, o muchas veces, hacemos que el tiempo nos apure. Y no suele ser una buena decisión. Nunca es bueno comer y trabajar al mismo tiempo, por ejemplificar un acto cotidiano. Quizá el desafío, y esto no pretende ser un post espiritual, sea cuidar a nuestro cerebro con algo tan sencillo como hacer una cosa por vez. Probarlo cada 24 horas puede resultar vertiginoso, pero seguramente será aliviador.

Ahora que terminé de escribir estas líneas, abordaré otra tarea

Moda online

Victoria Lescano tiene varios dones. Uno de ellos es que escribe simultáneamente para La Nación Revista y para Página 12, dos diarios que están en veredas opuestas en esta locura extrema de la que lejos está de salir la Argentina. Vicky escribe como los dioses y, además, tiene una mirada clínica sobre el universo inacabable de la moda. No es la cronista que sólo dice cómo está vestida o vestido tal o cual, ni tampoco la que es contratada por las marcas para hablar bien de ellas. Victoria es una historiadora de la moda, una verdadera cronista de ella y ha publicado libros maravillosos al respecto.

Tuve el orgullo de tenerla como alumna en TEA, cuando dictaba taller gráfico. Ahora tengo la satisfacción de haberla convocado para que lleva adelante un curso online de periodismo de moda en el Laboratorio de TEA y Deportea. Empieza el lunes. Sí, puede ser considerado esto un chivo, ya que es algo en lo que tengo que ver económicamente, pero tratándose de El Vestidor, creo que viene bien difundirlo aquí. Pablo Ramírez, el prestigioso modista, también le da la bienvenida a Victoria y detalla mejor de quién se trata

 

Salto al vacío

Martín Sivak es un extraordinario periodista. Con el orgullo de que se trata de un egresado de TEA. Martín ha escrito una serie brillante de libros sobre el emporio Clarín y ahora se lanzó con un libro sobre su padre, un banquero famoso de los 70/80, comunista, cuyo hermano fue secuestrado y asesinado en los años de plomo, y que se suicidió tirándose desde un piso dieciséis. Un adelanto del libro fue publicado en Anfibia. Ya atrapa desde el comienzo

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